Enséñame tus heridas

El Salón Nuevo, en Bristol, Inglaterra, es uno de los sitios más centrales en la historia metodista. Se levantó en el año 1739, justo cuando la predicación al aire libre de Juan Wesley había comenzado a alcanzar a miles de personas en el área, y pocos años después se tuvo que ampliar la estructura, sobre todo la capilla. Pronto se convertiría en la "segunda capital" del movimiento. Pero cualquiera que lo visite quizás pase por alto un detalle de su arquitectura: la planta principal de la capilla no tiene ventanas. La razón de este detalle es sencilla: las turbas no podrían romper ventanas si no las hubiera. Aún tan temprano en la historia del movimiento, ya era necesario pensar en la seguridad física de los miembros.

Los primeros metodistas fueron con mucha frecuencia el blanco de turbas y ataques físicos. Por su no conformidad, por su predicación en contra de los males del día, por su supuesta ruptura con el orden de la Iglesia de Inglaterra. Eran muchas las razones que hacían de los metodistas víctimas de todo tipo de persecución. Hablando de "la turba", el académico John Walsh señala que: [su actividad] en parte era de daños menores como romper ventanas. Pero con cierta frecuencia explotó con más violencia. Los centros de predicación en [varios lugares] fueron desmantelados, y otros severamente dañados...Muchas personas, entre ellos mujeres y niños, fueron golpeados cruelmente y algunos con cicatrices o heridas de por vida." Y muchas veces fueron los predicadores itinerantes que más sufrieron, por ser considerados los "jefes". El predicador Peter Jaco recordó en sus memorias que

He tenido que lidiar con muchas dificultades. Luego de predicar tres o cuatro veces por día y cabalgar treinta o cuarenta millas, a menudo he dado gracias por un poco de paja limpia con una lona para acostarme. También con mucha frecuencia tuvimos oposición violenta. En Warrington fui golpeado con un ladrillo en el pecho de forma tan violenta, que la sangre corrió por mi boca, nariz, y oídos.

Estas y otras historias parecidas nos recuerdan la violencia que los primeros metodistas sufrieron. Y no trataron de ocultarla. No temieron a la hora de contar lo que les había pasado, porque lo consideraron parte de su testimonio. Los líderes y predicadores en particular no sintieron vergüenza de contar lo sufrido.

Esto nos puede recordar el pasaje de Juan 20, cuando Jesús irrumpe en el cuarto cerrado donde estaban reunidos los apóstoles. Resucitado y victorioso sobre la muerte, pronto por ascender a la derecha del Padre, lo primero que hace es...enseñarles sus heridas. "Vean, toquen. Aquí es donde me metieron los clavos". Jesús no escondía sus heridas, no sentía vergüenza por sus llagas. No eran la marca de su fracaso, sino de su victoria. Y no tenía miedo que sus "empleados" le vieran así, golpeado, pero resucitado. De hecho, esas heridas auguraban lo que les esperaba a muchos de ellos.

Muchos de nosotros, evangélicos modernos, conocemos historias como las de los primeros metodistas. Gracias a Dios, las persecuciones violentas no son tan frecuentes como hace treinta, sesenta, o cien años. Pero hay casos aún, y muchos conocemos a personas que los han vivido. Ahora, ¿cómo reconciliar este sufrimiento con una mentalidad de "bendecido y en victoria"? ¿Cuánto hemos internalizado la idea de que "los bendecidos no sufren"? Para ser más específico ¿cuántos líderes en la iglesia sienten que no pueden compartir sus sufrimientos? Ni con los "de arriba", sus supervisores, por temor a que le consideren incapaz y le echen. Tampoco con los "de abajo", los miembros de su propia iglesia, por temor a que pierda autoridad y (Dios guarde) bajen las ofrendas. ¿Cuántos pastores y pastoras sufren en silencio, se ahogan y se asfixian en silencio, porque sienten que contarlo a una sola persona les restaría credibilidad?

No sufrir no es la marca de un ministro exitoso. Jesús no apareció a los doce para decir "¡Sorpresa! Fue todo un montaje. Estoy super". No. Lo primero, lo primero que dijo fue "Toquen. Aquí sufrí. Mas ahora vivo. Y puedo compartir con ustedes este poder y esta victoria". La lección está clara: muchas veces nuestro éxito en conectar con otras personas está en ser honestos sobre lo que sufrimos. Si nuestra identidad y nuestro llamado están en un Jesús que no escondió sus heridas de sus amigos y socios, ¿por qué hacerlo yo? Esta lección la entendían bien los primeros metodistas. ¿Y nosotros?

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