El perro cruzado del wesleyanismo
No hay nada mejor que el amor de un perro cruzado. Un chucho, un zaguate, quiltro, chehua, como sea que se llame. Los perros de raza pura tendrán sus encantos, pero también sus particularidades, y ni hablar del costo. Mientras los perros cruzados no pretenden ser algo que no son, y más bien anuncian su genética mezclada. Unas orejas de aquí, un hocico de allá, una cola de quién sabe dónde. Y así, sin pretensiones, viven llenos de amor.
Este tipo de perro nos puede llevar a pensar en el pedigrí mixto del wesleyanismo. Muchas veces pensamos en Juan Wesley como un anglicano de sangre pura, pero sus propios padres crecían en hogares de "dissenters", es decir "no jurados", personas que sacaron un permiso especial para vivir su fe aparte de la Iglesia de Inglaterra. Llegaron a ser anglicanos después, pero seguro la niñez de Juan fue marcada por estas corrientes cristianas alternativas. Como universitario y seminarista, Wesley se sumergía en los escritos de los Padres Apostólicos y su articulación de la fe clásica de la iglesia. Pero también se dejó encantar por la literatura en torno a la santidad, sobre todo de autores anglicanos. Luego de su viaje misionero a la colonia de Georgia, su creciente amistad con los moravos le llevó a Alemania para estudiar más sobre las ideas de ellos sobre la seguridad de la salvación y el papel del Espíritu Santo en el creyente. Llegaría a rechazar ciertos elementos de este pietismo, pero le marcó profundamente en otros aspectos. En cuanto al debate eterno entre fe y obras, Wesley llegó a enfatizar tanto (como bien hacían Pablo y el mismo Jesús) el papel de las obras como acompañantes necesarios de nuestra salvación, que muchos "protestantes" no le reconocerían. Y que no se nos olvide echar una pizca del misticismo francés de Jeanne (Madam) Guyon, con su siempre seductiva visión de la vida interior del creyente.
Este retrato de Wesley es mucho más diverso de lo que creíamos, y esto es solo la parte teológica. Su propia práctica ministerial también tenía raíces diversas junto con experiencias novedosas que le influenciaron. El predicar al aire libre, el dejar enseñar a líderes mujeres, el organizar a grupos de personas para crecimiento mutuo - todas estas actividades rompían con el orden de la Iglesia Anglicana de su época. En fin, Wesley termina con el cerebro de un católico, el corazón de un pietista, y los pulmones de un pentecostal, todo con las manos dedicadas al servicio de Dios y el prójimo.
Así que, no existe tal cosa como "wesleyanismo puro", porque Wesley mismo no buscaba ninguna pureza ideológica. Era un hombre a la vez conservador e innovador. Defendería a capa y espada la verdad clásica de la Iglesia cristiana, pero con igual entusiasmo botaría por la ventana alguna práctica o costumbre humana que le impida vivir el llamado de Dios en su vida. En una carta del 6 de abril del 1761, escribió, “Yo observaría cada punto de orden, excepto cuando la salvación de almas está en juego. Allí prefiero el fin antes que los medios”. Y estaba dispuesto a usar cualquier medio, por donde sea que viniera. A pesar de tener un enfoque tan claro, tenía los ojos y los brazos bien abiertos para cualquier ayuda de cualquier lado.
Este es un rasgo del espíritu wesleyano que debemos imitar, no una supuesta pureza doctrinal, sino la certeza de que mezclarnos con otros tipos de cristianos no nos contaminará. Nosotros hoy, herederos en mayor o menor grado de este ejemplo, obviamente tenemos un conjunto propio de influencias sobre nuestra identidad wesleyana. Hay que analizar cuáles nos distraen o engañan, y cuáles nos fortalecen e inspiran, y luego modificar nuestra constitución a veces. El perro cruzado no tiene esta oportunidad de escoger su linaje, y en eso le llevamos ventaja. Pero el perro sí nos tiene una lección permanente: acercarnos a cualquier persona con una buena sonrisa y un espíritu de amor.