Queque y pan añejo
Hay escritos de Wesley tan claros, que lo mejor es dejar que él hable solo. Aquí Wesley trata de cómo predicar con un equilibrio entre el amor de Dios y la justicia de Dios. Donde se predicaba solo el amor, Wesley vio con preocupación una creciente falta de rigor y crecimiento. Responde así en una carta (versión condensada), disponible aquí:
"A un Laico Evangélico – Londres, 20 de diciembre de 1751
Mi querido amigo, Lo que quiero decir con «predicar el evangelio» es predicar el amor de Dios a los pecadores, predicar la vida, muerte, resurrección e intercesión de Cristo, con todas las bendiciones que a consecuencia de ello se dan libremente a los verdaderos creyentes. Lo que quiero decir con «predicar la ley» es explicar y reforzar los mandamientos de Cristo, resumidos brevemente en el Sermón del Monte. Ahora bien, es cierto que predicar el evangelio a los pecadores penitentes «engendra la fe», y más aun, a veces «enseña y guía» a los que creen; sí, y «convence a los que no creen».
Hasta aquí estamos todos de acuerdo. ¿Pero cuál es el medio de «engendrar la vida espiritual» donde no existe, y de «sostener y aumentarla» donde existe? Aquí se dividen. Algunos piensan, que predicar solamente la ley; otros, que predicar solamente el evangelio. Yo pienso que ni lo uno ni lo otro, sino mezclar ambos debidamente, en todos los lugares, si no en todos los sermones.
Yo creo que el método correcto de predicar es éste: cuando comenzamos a predicar en cualquier lugar, después de una declaración general del amor de Dios para los pecadores, y su deseo de que sean salvos, debemos predicar la ley en la forma más enfática, más exacta y más penetrante posible, entremezclando el evangelio solamente de de vez en cuando, y mostrándolo, por decirlo así, desde lejos. Después de que más y más personas se convenzan del pecado, podemos entremezclar más y más del evangelio, para «engendrar la fe», para levantar a la vida espiritual a aquéllos a quienes la ley ha destruido. Pero no debemos hacer esto demasiado apresuradamente tampoco. Por lo tanto no es conveniente omitir completamente la ley...porque de otra manera hay el peligro de que muchos que están convencidos curarán sus propias heridas con liviandad. Luego, es solamente en conversación privada con un pecador completamente convencido que debemos predicar nada más que el evangelio. No es que yo aconsejaría la predicación de la ley sin el evangelio, ni tampoco el evangelio sin la ley. Sin duda hay que predicar ambos por turnos; sí, y ambos a la vez, o ambos en una.
Según este modelo aconsejaría a cada predicador que predique continuamente la ley: la ley injertada al, templada por, y animada con, el espíritu del evangelio. Le aconsejo que declare, explique, y haga cumplir cada mandamiento de Dios. Pero mientras tanto que declare en cada sermón que el primer y gran mandamiento para un cristiano es, «Cree en el Señor Jesucristo»; y que Cristo es todo en todo, nuestra sabiduría, justificación, santificación y redención; que toda vida, amor, fuerza, vienen de él solo, y se nos dan libremente por la fe. Y siempre se encontrará que la ley predicada en esta forma tanto ilumina como fortalece al alma.
[Acerca de los que predican solo el amor] Bueno, esto es exactamente lo que estoy diciendo: que los llamados «predicadores del evangelio» corrompen a sus oyentes; contaminan su gusto, para que no puedan saborear la doctrina sana; y malogran su apetito, para que no puedan convertirla en alimento. Los alimentan con dulces hasta que el vino genuino del reino les parece insípido. Les dan muchos licores dulces que hacen parecer toda vida y espíritu por lo presente; pero mientras tanto su apetito se destruye, por lo que ni pueden retener ni digerir la leche pura de la Palabra.
[En cuanto a los metodistas] Desde el principio se les había enseñado tanto la ley como el evangelio: «Dios le ama a usted: luego ámele y obedézcale. Cristo murió por usted: luego muera al pecado. Cristo se levantó: luego levántese a la imagen de Dios. Cristo vive para siempre: luego viva para Dios hasta que usted viva con él en la gloria.» Así nosotros predicamos; y así usted creyó. Esta es la vía bíblica, la vía metodista, la vía verdadera. ¡Dios conceda que nunca nos apartemos ni hacia la derecha ni hacia la izquierda!
Soy, mi querido amigo, su hermano siempre afectuoso".
El evangelio de Cristo es un queque. Cómetelo y gózate. Pero no sin antes tragarse el trozo de pan añejo y seco que es encarar nuestra realidad sin Cristo. Predicar solo pan añejo es desesperante; predicar solo queque es nocivo para el alma. En esta carta Wesley nos presenta con claridad el balance requerido.