Wesley, organizador de cultos
Uno de los obstáculos comunes al acercarnos a la figura de Juan Wesley es la variedad de conceptos algo erróneos que tenemos de él. A veces es como un ángel, un hombre tan dedicado a la perfección cristiana, tan entregado a la obra del Señor, que no podemos ni tocarle. En otros momentos es como el típico tío abuelo gruñón, hablando en voz alta sobre "los jóvenes de hoy," criticando nuestra pereza y falta de rigor. Hasta a veces es solo un tipo viejo con pelo blanco, un retrato en óleo que cobra vida para tomar su púlpito: formidable, pero no imitable.
Pero si vemos más allá de estos conceptos limitados, si recordamos al hombre en términos de los trabajos que tenía que enfrentar, se nos presenta otra visión. Por ejemplo, una faceta de Wesley es que tenía que organizar, por no decir inventar, cultos religiosos. Esto suena tan básico y a veces lo olvidamos, pero parte del puro inicio del movimiento wesleyano fueron las reuniones de miembros fuera de los templos de la Iglesia de Inglaterra. No podían llamarse "cultos," pero lo eran en todo sentido. Había lectura de la Palabra, oraciones, ofrendas, testimonios, exhortaciones y sermones, y mucha música. De hecho, ¡esto suena como cualquier culto evangélico en América Latina hoy en día! Y Wesley tenía que diseñar y ordenar estos cultos. Él no pretendía competir con la riqueza y majestad de la liturgia anglicana; más bien quería que todos los metodistas asistieran al culto dominical oficial. Su meta en las reuniones metodistas era dar un tipo de dieta complementaria, unos elementos adicionales para nutrir el alma y estimular el crecimiento. Y él tenía que poner el menú.
Es bien sabido que el aporte original más duradero al culto fueron los miles de cantos que Juan y su hermano Carlos compusieron. Como dice el autor ST Kimbrough en su libro Los himnos de Carlos Wesley: Un corazón para adorar a mi Dios (disponible aquí), "..los himnos...todavía son viables para la adoración y el testimonio en el siglo veintiuno [porque] representan lo que cada iglesia en la tradición wesleyana y metodista debe ser: escritural, evangélica, sacramental y misional". Los hermanos Wesley bien conocían el poder de la música para hacer que la buena enseñanza se vuelva "pegajosa" entre los creyentes. La increíble variedad de temas de estos himnos abarca toda la teología cristiana, pero es más, también toda la experiencia de un cristiano. En este sentido, hay que pensar en Wesley como un gran compositor pastoral, preguntándose siempre, "¿Qué necesita el pueblo cantar?".
Pero Wesley también conocía la otra cara de la música en el culto, el lado más cotidiano. Si recordamos que Wesley estaba a cargo, directa o indirectamente, de reuniones religiosas durante varias décadas, claro que él había visto y experimentado todo tipo de problema técnico y espiritual. Por ejemplo, el caso de una verdad extraña pero indudable: toda canción nueva en algún momento nos llegará a aburrir. Esto era cierto hasta en tiempos de Wesley, cuando él mismo y su hermano compusieron tantos himnos nuevos. En su diario del 3 de julio, 1764 (aún no traducido al español), Wesley escribe así:
Las canciones se desgastan. No puedo dar una razón para esto, pero es verdad. Muy poco nos deleitamos de una nueva canción la primera vez. Luego, una vez que aprendemos una nueva canción, se convierte en la expresión agradable en la adoración. Sin embargo, finalmente, una vez que la conocemos como algo familiar, comenzamos a perder nuestra alegría por ello. ¿Por qué es esto? ¿Por qué la máquina humana funciona de esta manera?
No sé usted, pero al leer estas palabras, vacilo entre reírme o echarme a llorar. Son palabras que todo director de música hoy en día, y yo apostaría que la mayoría de los miembros también, ha experimentado. Tal vez no queramos admitirlo, pero ahí está. Las canciones nuevas al final nos pueden aburrir. Y Wesley lo sabía. No solamente porque era un observador agudo de la psicología espiritual de la gente, sino porque él mismo había asistido (o hasta aguantado) miles de servicios de adoración. Él conocía bien la dureza de una banca de madera cuando la música ya no daba, o el predicador se alargaba, o el sueño amenazaba. Él habla de su experiencia, que es la nuestra también.
La lección aquí tal vez no sea profunda, pero sí importante. Una de las muchas facetas del Wesley real, como líder de un movimiento, fue ser un director de culto. Para nosotros hoy, cuando estamos rodeados de tantas canciones de adoración nuevas, tanta moda litúrgica, y ni hablar del reto de diseñar cultos para Facebook Live y YouTube en tiempos de pandemia, puede ser de algún consuelo recordar que Juan Wesley luchaba para dar una buen dieta cúltica a sus miembros. Estamos en buena compañía. Y el mismo Espíritu que le inspiró a él, también está con nosotros.